martes, 1 de junio de 2010

MUJERES CONSTRUYENDO UNA NUEVA BOLIVIA PARA VIVIR BIEN


El espacio (II)

La Parte I de esta serie de artículos dedicados a difundir los contenidos y las propuestas del PNIO “Mujeres construyendo la Nueva Bolivia para Vivir Bien” la dediqué a mostrar las reflexiones volcadas en el Marco Conceptual del mismo. En esa ocasión, me detuve en las cuatro “ideas fuerza” que fundamentan la perspectiva política del PNIO: género, par complementario, comunidad y alteridad. El artículo de esta edición se centra en comentar el diagnóstico de la situación y condición de las mujeres bolivianas en la economía.

Elena Apilánez Piniella


“La división sexual del trabajo consiste en la asignación casi
exclusiva de las tareas domésticas de carácter reproductivo y de
cuidado a las mujeres. Además de otorgarles una sobrecarga de
trabajo, esto les resta tiempo para capacitación y recreación y constriñe
sus opciones de incorporarse al mercado laboral, acceder a puestos de
trabajo más diversificados y obtener ingresos suficientes; asimismo,
limita también sus posibilidades de participar en la actividad social y política”[1]

A lo largo de la Parte II del PNIO, se abre un extenso y detallado diagnóstico sobre la condición y situación de las mujeres bolivianas respecto a una serie de variables que, sin duda, logran describir en profundidad la vida de las mismas teniendo en cuenta condiciones étnicas, de clase y etáreas (entre otras): economía, salud, violencia, educación y participación política. Cada uno de estos aspectos da cuenta de lo que en la Parte I del PNIO se ha dado en llamar “los campos de acción y de lucha para transformar las condiciones materiales de subordinación y explotación de las mujeres” (PNIO 2008:15); estos son: el cuerpo, el espacio, el tiempo, el movimiento y la memoria.
El espacio se define en el PNIO como “el campo vital de participación de las mujeres en la economía” (PNIO 2008:46), siendo éste público o privado; es también el lugar donde se desarrolla la vida de mujeres y hombres, es ocupado por sus respectivos cuerpos –construidos en función de las narrativas de género, clase y etnia– dándose en él la multiplicidad de relaciones humanas. El espacio y los cuerpos que lo ocupan se encuentran mediados, además, por los modelos económicos y políticos asumidos y puestos en práctica por los diferentes gobiernos.
Los datos que nos aporta el PNIO a lo largo del capítulo dan cuenta, de forma aproximada[2], que la pobreza en Bolivia tiene “rostro de mujer indígena” (PNIO 2008:47): datos aportados por el Viceministerio de Género y Asuntos Generacionales indican que, en 2006, más del 63% de las mujeres del área rural (donde se da el mayor porcentaje de concentración de población indígena en el país) y el 23% de mujeres del área urbana estarían en condiciones de pobreza extrema, siendo estos índices más altos entre las mujeres aymaras.
Dos son las cuestiones analizadas en profundidad en el capítulo dedicado al espacio: una es la que se refiere a las condiciones de empleo y trabajo, vinculándose éstas directamente con las posibilidades de autonomía económica de las mujeres; y, la segunda, es la que se acerca a la cuestión del patrimonio, en términos de acceso y control de los medios y factores de producción haciendo, al final del mismo, una aproximación a las condiciones de vivienda y servicios básicos.
La condición y situación laboral de las mujeres bolivianas reproduce, en términos generales, lo que apuntan las economistas feministas respecto a la división sexual del trabajo: la llamada doble y triple jornada laboral para las mujeres es más que frecuente, casi universal; en el caso de no serlo, es debido al hecho de que las mujeres con mayor disponibilidad económica han “transferido” sus responsabilidades domésticas vinculadas a la maternidad y a la reproducción de la vida humana (si bien no en su totalidad, como será fácil de imaginar) a otras mujeres que son ocupadas, en el mercado laboral, como “trabajadoras domésticas”..
Respecto al trabajo asalariado, en el PNIO se sugiere que “las mujeres perciben actualmente que su trabajo no se ejerce como derecho social sino como necesidad y compulsión económica” (PNIO 2008:50); ello debido al impacto sobre las familias de las políticas de ajuste estructural a las que se vio sometida Bolivia en décadas pasadas. En este sentido, la mayor presencia femenina en actividades económicas remuneradas se da en las ramas de comercio (64,72%), servicios (58,73%, donde se incluye el trabajo doméstico asalariado) y agropecuaria (45,26%); no obstante ello, es preciso indicar que buena parte de las soluciones laborales adoptadas por las mujeres urbano-populares y campesinas bolivianas se inscriben en la informalidad o en la subformalidad del sector “familiar”, caracterizado en el PNIO como “el más importante a la vez que funciona con trabajo de baja calificación, condiciones precarias y baja calidad” (PNIO 2008:53). Demás está decir que la brecha de género existente entre hombres y mujeres en razón de su ingreso es altísima en Bolivia (en media, 59,81% para las mujeres urbanas y 33,17% para las mujeres rurales).
El reconocimiento del valor económico del trabajo no remunerado de las mujeres y su inclusión en las cuentas generales sigue siendo el “talón de Aquiles” de la mayoría de los estados latinoamericanos; según datos aportados por el PNIO, se estima que “las mujeres trabajadoras dedican (al trabajo doméstico), en promedio, cinco horas adicionales a las de su jornada laboral” (PNIO 2008:55). La excepción la constituyen las mujeres con suficientes ingresos económicos que podrán transferir sus responsabilidades de cuidado hacia otras mujeres extendiendo, de esta forma, la “cadena del cuidado”, pero sin modificar la estructura de las relaciones y de las asignaciones por razón de género; es decir, las mujeres siguen siendo “proveedoras no reconocidas” (PNIO 2008:56).
Para terminar, un breve apunte sobre el acceso de las mujeres a la propiedad y a los medios y factores de producción para confirmar lo que ya podríamos suponer a partir de la experiencia empírica: se observa una importantísima brecha de género entre mujeres y hombres en cuanto a la titularidad y/o certificación de las tierras. El importante esfuerzo realizado por el Estado boliviano para llevar a cabo las diversas modalidades de “saneamiento de tierras”[3] no está logrando horadar las tradicionales estructuras de propiedad, posesión y uso de las mismas; las cifras que ofrece el PNIO al respecto de la gestión del INRA de 2007 muestran esta realidad:
1º.- En la modalidad SAN-TCO: las mujeres accedieron a 29 títulos (13.109,09 Has) mientras que los hombres sumaron 181 títulos (52.809,89 Has).
2º.- En la modalidad SAN-SIM: las mujeres lograron 109 títulos (4.392,26 Has) y los hombres 261 (25.473,94 Has).
3º.- En la modalidad CAT-SAN: las mujeres obtuvieron 1.675 títulos (21.148,45 Has) y los hombres 3.365 títulos (51.087,44 Has).




[1] Citado en AGUIRRE, Rosario, GARCÍA SAÍNZ, Cristina y CARRASCO, Cristina (2005).- El tiempo, los tiempos, una vara de desigualdad. Ed. Unidad Mujer y Desarrollo, CEPAL. Santiago de Chile, Chile.
[2] Es preciso tener en cuenta que la construcción de sistemas estadísticos en Bolivia que reflejen la diversidad genérica está aún en proceso de perfeccionamiento, por lo que muchos de los datos y cifras que el PNIO refleja han sido obtenidos y construidos por el Viceministerio a partir de cruces y análisis de diversas fuentes.

[3] Nos referimos a: SAN-TCO (Tierras Comunitarias de Origen), SAN-SIM (Saneamiento Simple de Oficio) y CAT-SAN (Saneamiento por Catastro). Para ampliar información sobre las diversas modalidades de saneamiento de tierras, dirigirse al INRA (www.inra.gov.bo).

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